Suspiró y miró al cielo.
No había ángeles saltando de estrella a estrella.
Los cometas se habían desviado, sus rutas eran incompletas.
Esa noche el silencio reinó en su mente bulliciosa, las palabras se escondieron, el canto quedó mudo.
Era un desierto celestial nublado de inconsistencias, aunque repleto de Arenas que atacaban los ojos, les hacían llover.
Miró a cada punto cardinal, las direcciones no acertaban salidas o caidas de luna, sólo confabulaban para perder sus instintos.
Se sentó y contó minutos, barajó espacios, aniquiló recuerdos, acomodó los besos que tenía en una almohada y se hecho a dormir.
No soñó, ya no había sueños, sólo cerró sus ojos y la oscuridad parió, era una vigilia errante y ciega que sostenía su descanso inquieto.
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